lunes, 10 de mayo de 2021

# boricua # cafe

El cuaderno de viaje

 




“Llévatelo para tu viaje y escribe un libro”, fue lo último que escucho antes que la llamada terminara. Palabras sabias la de su amiga, escritora consagrada y quien era capaz de hacer una historia de cualquier detalle. Así fue como comenzó la aventura del último cuaderno que le regalara sabe Dios quien, en la fiesta de su cumpleaños número cuarenta. 


“Cuando cumples cuarenta lo menos que te interesan son los regalos, o al menos a mí no me interesan”, comentaba entre risas con sus hermanas. Para ella lo verdaderamente importante era mantener recuerdos inolvidables de sus amigos, familiares y personas amadas. 


Pero este regalo era especial, “quien lo trajo te conoce muy bien”, era el único pensamiento que insistía en su cabeza.  Llego justo a tiempo y con unas palabras muy sabias. Era un cuaderno de piel rosada, encintados crema y con una inscripción bordada en color oro que leía “Solamente haz lo que el corazón te diga": princesa Diana de Gales. El cuaderno venia acompañado de un lapicero con la frase en inglés “Happy”. Así que después de intentar sin éxito localizar quien le regaló semejante belleza, dejo de resistirse y empezó escribir.


Lo pensó tantas veces, pero su autoestima nunca fue lo suficientemente robusta para encontrar algo de importancia o de interés que decir sobre su vida. Parece mentira que llegara a esta edad sin tener la fortaleza y determinación para algunas cosas. Solo para algunas, por qué tomar aquel avión y llegar al puerto de Santa Mónica no me tomo ni un segundo decidirlo. 


Y allí estaba, en aquel restaurante enclavado frente al puerto, con las columnas cubiertas de enredaderas y trinitarias, con una vista al mar imponente y con brisa fresca. Pasaba veloz el mes de julio, veraniego y caliente. Por un momento olvido que estaba del otro lado del mundo y entre el calor y el salitre sintió que estaba en casa. En la isla caribeña con vista al Atlántico. 


Entonces, extasiada contemplaba los transeúntes y la vida de aquel puerto. Festivo, colorido, lleno de muchos idiomas donde muchas culturas se entremezclaban. "Una copa de vino señora", un mesero rompió su burbuja de salitre. Venía vestido muy finamente, ya que el lugar lo ameritaba, pero traía consigo toda la espontaneidad de la cultura californiana, con piercings en las cejas y la boca y cabello marrón y morado. 


Se sonrió como buena cómplice, “tinto por favor, que el blanco es para las niñas que lloran y el tinto para las mujeres que tienen garras", dijo con su inglés roto por el acento boricua. Asintió un poco sorprendido y se retiró.


Buscó su cuaderno sin dueño para ojear algunas líneas que había escrito. Unas palabras por aquí, unas letras por allá. Decidió comenzar a escribir palabras que llegaran a su mente al azar, dejando que su espíritu agitado estallara sin limitarse. Dos lágrimas nublaron su visión del mar, las limpio en fracción de segundos, pero no lo suficientemente rápido para que el mesero no las viera. "Si quiere voy por el blanco", le guiñó un ojo devolviéndole un gesto de complicidad, no tenía opción; sonrió. 


Cuando miró su cuaderno, yo había escrito sin darse aún cuenta la palabra libertad: Libertad. Su espíritu era astuto, sabía que llevaba tatuada esa palabra en su piel. Sabía que las almas libres no tienen miedo, sabía cuánto había luchado por aquel momento de soledad e introspección. Lo sabía ahora pero no lo había sabido siempre. Era mucho lo que le había costado despertar del letargo que fue su vida por mucho tiempo. Salir de lo esperado y ser libre, había costado muchas lágrimas. Ahora valoraba y recordaba cada una de ellas.

©Elsie Y. Jiménez-Todos los derechos reservados 2021


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