domingo, 6 de febrero de 2022

# alma # ashram

El jardín

 

Foto por E. Rivera


Caminaba por tercera vez el laberinto, rodeado de plantas. Un jardín tranquilo, florecido y cubierto de mariposas. El agua cayendo de la fuente creaba un sonido tenue y fresco, una sensación de paz que hacía mucho no sentía. Pequeños sonidos capaces de opacar la cercanía de los autos y el tren. 


Vio su reflejo en el estanque,  sintió que estaba en un oasis. Un oasis en medio de una ciudad tan dura y abrumadora,  llena de estructuras sin sentido y edificios capaces de cortar la vista al cielo. Respiro profundo y se concentró en el sonido del agua. Por un instante pensó que estaba en otro país. 


“Deja tu mente en blanco”, repetía para sí. Comenzó a cantar, tocaba las flores, les tomaba fotos con el móvil y regresaba su mirada al cielo, sonriendo. Le gustaba ese karma, la llenaba de energía y felicidad. El jardín apaciguaba el dolor que aun contenía. Aún así sonreía, sabía que el dolor no duraría para siempre.


Se sentó en el césped. Se había rendido ante los rayos del sol, reía; ahora a carcajadas. En su corazón sabía que ese momento era único e irrepetible. Se permitió ser niña, jugar con las mariposas, correr detrás de los patos y alimentar los peces en el estanque.


Se había quitado los zapatos, la sensación de caminar descalza le gustaba, se sentía libre. Dejaba así atrás el qué dirán, el peso social, la opinión de su familia, lo que dirían los conocidos y el juicio de cualquiera que no comprendiera su sentir. 


Repasó con la mirada por ultima vez el jardín, suspiro mientras llovía en sus ojos negros. Mientras se ponía en pie, una inmensa sonrisa se disparó en su rostro. Agarró su mochila y emprendió su nuevo camino. El bote al ashram le esperaba.  


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